domingo, 15 de abril de 2012

ACÁ Y MÁS ALLÁ

El juicio en presencia de Osiris
Manuscrito de Tebas, Egipto.
Cerca del 1275 a.C.

Los cuentos tradicionales, en su gran mayoría, son anónimos.  Algunas veces encuentran un relator famoso, pero su origen es desconocido. 

Cuando los relatos son puestos por escrito ya han tenido una larga transmisión de boca en boca.  Fueron probados en sus enseñanzas, corregidos y adaptados a las innumerables comunidades por las que circularon. 

El siguiente cuento tiene origen en el folklore egipcio.  Por su contenido, pudo haber existido en las dinastías antiguas, que nacen alrededor del 3.100 a.C. y luego adaptarse a las distintas civilizaciones del norte de África.  Pero son suposiciones sin ninguna prueba contundente.

El relato suele ser presentado con distintos títulos.  El más adecuado es el más simple: “El hombre, su caballo y su perro”.

“Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que él, su caballo y su perro habían muerto en un accidente. Es que a veces los muertos tardan un tiempo antes de darse cuenta de su nueva condición.

La caminata era muy larga, cerro arriba, el sol estaba fuerte y ellos estaban transpirados y con mucha sed. Necesitaban desesperadamente agua.

En una curva del camino divisaron un portón magnífico, todo de mármol que conducía a una plaza pavimentada con bloques de oro, en el centro de ella había una fuente de donde emanaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que en una garita custodiaba la entrada.

- Buen día, dice él.
- Buen día, respondió el hombre
- ¿Qué lugar es este tan lindo?, preguntó.
- Esto es el Cielo - fue la respuesta.
- ¡Qué bueno que llegamos al Cielo! Estamos con mucha sed - dijo el hombre.
- Puede entrar a beber agua cuando quiera - dijo el guardia, indicando la fuente.
- Mi caballo y mi perro también están sedientos.
- Lo lamento - dijo el guardia. Aquí no se permite la entrada de animales.

El hombre quedó desconcertado, pues su sed era grande. Pero él no estaba dispuesto a beber dejando a sus amigos con sed. Así que prosiguió su camino.

Después de mucho caminar cerro arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba señalada por una puerta vieja semiabierta. La puerta conducía a un camino de tierra, con árboles a ambos lados haciendo sombra. A la sombra de uno de los árboles había un hombre acostado.

- Buen día - dijo el caminante.
- Buen día - dijo el hombre.
- Estamos con mucha sed yo, mi caballo y mi perro.
- Hay una fuente entre aquellas piedras - dijo el hombre. Pueden beber cuanto quieran.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.

- Muchas gracias - dijo al salir.
- Vuelvan cuando quieran - dijo el hombre.
- A propósito - dijo el caminante, ¿cuál es el nombre de este lugar?
- El Cielo - respondió el hombre.
- ¿Cielo? Pero si el hombre de la garita de más abajo, al lado del portón de mármol, dijo que ese era el Cielo.
- Aquello no es el Cielo, eso es el Infierno.
- Pero entonces, dijo el caminante, esa información falsa debe causar grandes confusiones.
- De ninguna manera, respondió el hombre. En realidad, ellos nos hacen un gran favor porque allá quedan las personas que son capaces de abandonar a sus mejores amigos”.


Los dos ámbitos de la vida.

            Los elementos del cuento tienen una gran riqueza de significados.  Cada situación de este relato nos abre a inmensos espacios de sabiduría, como las dos entradas que se describen en el mismo.

El matrimonio
entre el Cielo y el Infierno

Max Ernst (alemán, 1981-1976)
            A primera vista se hacen evidentes las imágenes representativas: los caminantes, la sed, las entradas, el mármol y el oro, los árboles, los porteros.  Dominando toda la acción está el símbolo del cielo, que ha sido una inquietud constante en todas las civilizaciones.

            Resalta, en primer lugar, la continuidad entre la vida terrestre y el más allá.  Esto es permanente en las narraciones tradicionales.  Es un eco de dos expresiones del Evangelio.  Por un lado, lo que se reza en el popular Padrenuestro: “así en la tierra como en el cielo”.  Por otro, lo que repite el Maestro de Nazaret: “todo lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo”.

            Hay un constante fluir entre lo alto y lo bajo, entre la Tierra y el Cielo.  Por eso el protagonista del relato tarda en darse cuenta que ha pasado al más allá, insinuando que el tema de la muerte no está en el pasaje de un lado a otro, sino más bien en el modo de vivir antes de esa situación.  El ejercicio de nuestra vida, lo que se denomina “ética”, nos va a dar las capacidades necesarias para vivir en el más allá con plenitud.

            El cuento presenta en el “más allá” los dos lugares clásicos: el Infierno y el Cielo, pero con características llamativas.  Según el relato, solamente el que entra en el Cielo sabe que hay Infierno.  En cambio, el que entra en el Infierno nunca sabrá que hay otro ámbito en donde los otros pueden también saciar su sed, no le interesa más que la necesidad propia.  Es quedar sumergido en el egoísmo.

            Bajo este punto de vista, el Infierno no es un castigo tortuoso, sino una limitación.  El que allí quede ni siquiera sospechará que podría haber algo mejor.  No siente nada.

            El protagonista principal, por su lado, puede satisfacer su necesidad en unión con sus compañeros, como una imagen de la solidaridad con el universo.  El Cielo es para él un inmenso horizonte abierto, formando parte de la naturaleza plena e ilimitada.  No hay nada artificial, como paredes de mármol, o fuentes de oro, sino lo que las cosas son en su auténtica belleza. Así el hombre es plenamente hombre.


Un significado del Cielo

            El Cielo, entre sus múltiples significados, es el símbolo de un aspecto de la conciencia.  En ella, representa lo más alto de las aspiraciones humanas.  En el caso del cuento, es presentado cuando el protagonista logra saciar su sed junto a sus inseparables amigos.

            En el cuento, se nota que el más allá se define acá, en nuestra vida.  Es una invitación a traer el Cielo a la tierra.  Es abrir la conciencia a una dimensión ilimitada.
           
El Cielo está en la Tierra, cuando buscamos la plenitud de nuestro interior.  Está tan cerca nuestro que a veces no nos damos cuenta.

            La narración “El hombre, su caballo y su perro” nos permite entender mejor qué significa esta plenitud de conciencia, este Cielo que tenemos a mano.  Es muy simple: el hombre pleno es el que no abandona a sus mejores amigos.   


El árbol del paraíso
Séraphine Louis (francesa, 1864-1942)