Los cuentos pasan por las civilizaciones, asumiendo detalles
propios de cada una de ellas, pero manteniendo el mismo argumento. Esto muestra que hay muchas cosas en común en
los seres humanos de distintas épocas y lugares. Este pensamiento, unido a otras pruebas, nos
llevaría a vislumbrar la unidad de la vida humana.
Detalle del Tríptico de Mérode. Robert Campin (flamenco, 1375-1444) |
Cada uno de
nosotros es único, pero no totalmente original. Con nosotros no empieza nada
absolutamente nuevo. Somos como una
parte de un único cuerpo humano que nos trasciende, pero que a la vez da
sentido a nuestra vida individual. Así
es la realidad, y de aquí nace nuestra responsabilidad con respecto a los
demás, a otros seres humanos que siempre son parte de nuestra existencia.
El cuento
que citamos a continuación es del libro “Cuentos y Apologías” de León Tolstoi (ruso, 1828-1910), adaptado por J.
de Placencia y publicado en 1949. El
texto, a su vez, es una sencilla adaptación de un cuento que está en la
colección llamada “Calila y Dimna” del siglo VI d.C., un texto árabe que a su
vez toma relatos del “Panchatantra”, un libro hindú del siglo III a.C. Siendo esta la historia del texto escrito,
imaginemos qué amplia es la historia del relato oral.
Los ratones que
comían hierro
Un comerciante en
hierros, al ir a emprender un largo viaje dejó sus mercancías en casa de un
comerciante rico para que se las guardara. Cuando volvió del viaje se fue a
casa de su amigo a recoger las mercancías cuya guarda le había encomendado.
Pero, con gran sorpresa suya, el otro dijo al verle:
-Tus mercancías se han
estropeado. Nada tengo que entregarte.
La fábula de los
ratones
Pierre Lombart (francés, 1613-1682) |
-¡Cómo!
-Sí, las dejé en el
desván y los ratones han roído el hierro. Si no quieres creerme puedes subir a
verlo tú mismo.
El comerciante pobre
no discutió y dijo sencillamente:
-Puesto que tú lo
afirmas es bastante. No hace falta mirar. Desde hoy ya sé que los ratones comen
hierro. Adiós.
Y se fue. Ya en la
calle vio a un niño, hijo del comerciante rico, que estaba jugando. Le
acarició, le tomó en sus brazos, y se lo llevo a su casa.
Al día siguiente el
comerciante rico fue a ver al pobre y le contó la desgracia que le agobiaba: le
habían robado a su pequeño hijo y pedía consejo a su amigo para poder
encontrarlo.
Ayer-repuso el
comerciante pobre,-cuando salía de tu casa, vi justamente cómo un gavilán se
apoderaba de un niño y se lo llevaba por los aires. Sin duda era tu hijo.
-¿Quieres burlarte de
mí?- exclamo el rico lleno de cólera. ¿Cuándo se ha visto que un gavilán se
lleve a un niño por los aires?
-No, no me burlo. Poco
puede extrañar que un gavilán robe a un niño, en estos tiempos en que los
ratones comen hierro. Todo puede suceder...
Reflexionó entonces el
rico.
-Tu hierro- dijo al
fin- no lo comieron los ratones. Yo lo vendí. Daría el doble de su precio porque
el gavilán no se hubiese llevado a mi hijo.
-Yo puedo, en cambio,
hacer que recobres a tu hijo, ya que los ratones no se han comido el hierro.
Y se fue a llamar al
niño.
Opiniones sobre el
cuento.
Una de las etapas de este cuento
es el paso por el libro llamado “Calila y Dimna”. El título es el nombre de dos lobos, que en
el relato conversan entre ellos sobre la relación que tienen con el rey, que en
este caso es un león. Calila le dice a
su compañero la historia de los ratones que comían hierro y luego, mediante una
conclusión, le hace un severo reproche.
De un Manuscrito sirio
de
Calila y Dimna.
Ca. 1200-1220
|
Dijo Calila
a Dimna: “Te he contado este ejemplo para
que sepas lo que puedes hacer contra los demás, si te has atrevido a traicionar
a tu propio rey. Ya sé que en ti no hay
dignidad alguna, y no sabes que en el mundo no hay nadie peor que aquel que
cree en quien no es digno de crédito, quien enseña al que no aprende, quien es
generoso con el no agradecido y que quien revela un secreto al que no lo
guarda. No espero que pueda cambiar tu
forma de ser, sino que permanecerás en condiciones con que naciste. ...Sé que no harás caso a mis palabras,
porque el mundo nunca dejará de ser como es: los ignorantes detestan a los
sabios, los necios a los nobles, los malos a los buenos y los depravados a los
rectos”. Por supuesto, esta fue la
última conversación entre ellos.
Mauro
Yberra (seudónimo común de dos escribidores, Eugenio Díaz Leighton y José Leal,
ambos nacidos Chile en 1946) nos da otras pautas para pensar el cuento. Dice que este libro de cuentos es difícil en
sus conclusiones, pues presenta moralizaciones alargadas y confusas, pero no
deja nunca de ser encantador. El mensaje
es enmarañado. Las conclusiones
principales pueden ser éstas: hay que ser desconfiados, prudentes y
ladinos. Si nos sorprenden distraídos,
estamos perdidos. Sin embargo, no hay
que dejar de ser honestos. Hay un valor
que se salva y es exaltado en distintas circunstancias: la amistad. Y si alguien es capaz de
aprovechar esta suma de consejos contradictorios, se supone que logrará la
salvación eterna sin sobresaltos.
El detalle del
hierro.
Como en todos los cuentos, no
solamente tenemos que buscar los elementos que hacen a la moral o recta
conducta, sino también prestar atención a los símbolos que se utilizan para
narrar la historia. En ellos están presentes
indicaciones que nos pueden resultar valiosas para la búsqueda de la felicidad. Entre los símbolos del
cuento, destacamos al hierro que supuestamente comen los ratones.
El hierro
se toma comúnmente como símbolo de robustez, de dureza, de obstinación, de
rigor excesivo, de inflexibilidad.
Aunque la vulgaridad de este metal no es una noción constante, prevalece
con firmeza su significado negativo. El
hierro es el principio activo que modifica la sustancia inerte, como el arado,
el cincel y el cuchillo, pero a la vez es el instrumento satánico de la guerra
y la muerte violenta.
El poeta
Hesíodo (griego, siglo VII a.C.) enseña que la humanidad pasará por varias
etapas. La más terrible será
caracterizada como el tiempo de la raza de hierro, que simboliza el reino de la
materialidad, de la regresión hacia la fuerza brutal de la inconsciencia. Citamos
de su libro “Los trabajos y los días”: “Ningún valor se atribuirá ya al
juramento, ni a lo justo, ni al bien; sólo se respetará al inicuo y al
violento; el único derecho será la fuerza, la conciencia no existirá”.
En el
cuento que nos ocupa no está presente la edad de hierro. Una señal evidente es que el comerciante que
lo trabaja es pobre. El relato es un preanuncio
de lo que ha de venir, de un tiempo en donde el hierro tendrá un lugar
importante en la vida diaria.
Probablemente esto era lo que intentaba decirle Calila a Dimna con las
expresiones tan duras citadas más arriba.
Los cuentos
nos ayudan a entender el universo, a disfrutar de los buenos tiempos, y a tener
presencia de ánimo en las edades oscuras.
Aguila meciendo a un niño.
Walton Ford (estadounidense, n. en 1960) |