viernes, 4 de mayo de 2012

LO QUE ESPANTA



El siguiente cuento ha sido tomado de Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de Filología y Folklore, Bs. As., 1960.  Ha arraigado en varios lugares de América Latina, como es en Perú, Chile o Argentina, pero su origen es español.

            Por los estudios hechos por Aurelio Espinosa (padre) (norteamericano, 1880-1958) sabemos que en aquella tierra se lo conoce como Juanito Malastrampas, un artesano pícaro e ingenioso, parecido al sastre del cuento que se presenta.  Hay también algunas versiones en gallego, catalán y portugués.

El sastre, el zapatero y los ladrones.

“Hace ya mucho tiempo había un pobre sastre que debía dinero a todo el mundo. Le debía al carnicero, al panadero, a la tienda, al almacenero, al verdulero, al boticario, al médico y al zapatero. Ganaba con su oficio muy poca plata y eso no le alcanzaba ni siquiera para poder vivir en la forma más modesta. Cada día más amargado por eso, decidió una vez hacerse el muerto, para que todos los vecinos acreedores le perdonen sus deudas.

El sastre del pueblo
Albert Samuel Anker
(suizo, 1831-1910)
Al recibir la noticia, que corrió enseguida de boca en boca, la gente del lugar se sintió conmovida y se olvidó de los reales que tenían que cobrarle al pobre sastre. El único que se negó a perdonar fue el zapatero del pueblo, avaro y testarudo.

–A mí me debe un real y me lo va a pagar por más muerto que esté –dijo–. Me lo va a pagar como que hay un solo Dios verdadero.

De acuerdo a la costumbre de aquella época, los amigos del sastre llevaron a la noche su cadáver para ser velado en la iglesia, hasta que llegara la hora de ir a sepultarlo en el cementerio. El zapatero se fue a la iglesia, se arrimó al cajón donde estaba el sastre y le gritó:

–¡Dame mi real, dame mi real!

En eso estaba, cuando al sentir la llegada de unas cuantas personas, el zapatero se apresuró a esconderse en un confesionario. Los que llegaban eran unos ladrones que venían a repartirse allí el dinero que habían robado en sus andanzas. Lo hicieron en siete montones, uno de más, porque ellos sólo eran seis.

–¿Para quién es el montón de más? –preguntó uno.

–Para el que le dé al muerto una puñalada en la barriga –le respondió el jefe.

Al oírlo, el ladrón que había hecho la pregunta dijo:

–Yo se la daré.

Se acercó así al muerto, y ya le iba a clavar su cuchillo, cuando el muerto se levantó de un gran salto, gritando:

–¡Ayudemén los difuntos!
Puesto de zapatero
remendón, 1737

Libro de P. Lecroix y
A, Duchesne.

–¡Allá vamos todos juntos! –contestó el zapatero desde su escondite del confesionario.

Entonces los bandidos, temblando de miedo, se olvidaron del reparto del dinero y salieron de la iglesia corriendo como avestruces perseguidos.

Mientras tanto el zapatero le decía al sastre:

–Ahora dame mi real, dame mi real.

El sastre, que se había apoderado de todo el dinero de los ladrones, no quería dárselo y el zapatero le repetía con rabia:

–¡Dame mi real, dame mi real!

Uno de los bandidos, el más valiente de todos ellos, se detuvo en su carrera y le dijo a los otros:

–Esperen, esperen aquí. Yo voy a ver qué es lo que pasa allá en la iglesia.

La casualidad quiso que llegara a ella en el mismo instante en que el zapatero le decía al sastre:

–¡Dame mi real, dame mi real!

Entonces el ladrón salió nuevamente a todo escape y llegó y le dijo a sus compañeros, tartamudeando todavía del tremendo susto que se había llevado:

–¡Sigamos, sigamos corriendo, que allá se están repartiendo el dinero todos los difuntos a razón de un real por barba!”


La huída de los ladrones

            El grupo de ladrones representa un aspecto siniestro de la vida social.  Son bandas que no tienen miedo a nada, apoderándose de bienes en forma violenta.  Su lado oscuro está en la violencia que ejercen para lograr esos bienes.  En el cuento esto está claramente plasmado con la oferta que hace el jefe de una parte del botín para aquel que le clave un cuchillo al muerto. 

Okiku
Tsukioka Yoshitoshi
 (japonés, 1839-1892) 
            De pronto, estos seres malévolos encuentran algo mucho más fuerte que ellos, que los hace huir.  La fuente del miedo es el falso muerto que se mueve y grita. Ellos no saben que es falso, creen a pie juntillas en los fantasmas o apariciones.

            En las culturas ancestrales, también las latinoamericanas, se cree que el alma es algo intangible y que puede seguir vivo, en forma de fantasma o espíritu, tras el deceso del cuerpo. Es decir, una vez muerta la persona, su alma puede retirarse a un lugar misterioso o puede quedar condenada a vagar como alma en pena.  Su función es volver al reino de los vivos para vengar ofensas, cobrar a los deudores, castigar a los infieles y espantar a los incautos.

            Las apariciones siempre son en la penumbra, en pozos, parajes solitarios o casas abandonadas.  Un lugar privilegiado es la iglesia, como en el caso del cuento.  Suelen ser luminosas cuando son almas del Purgatorio, y tienen formas grotescas, de bulto negro, cuando son almas condenadas.

            El miedo que sienten los ladrones, acentuado por el equívoco de la segunda escena que llega a ver uno de ellos, revela uno de los temores más tradicionales en la vida humana.  Aunque en este cuento sean presentados como una comedia, hay varias enseñanzas que se vislumbran en el símbolo.

Los fantasmas nos inquietan

            En cualquier discusión sobre las apariciones puede haber variadas opiniones, desde la credulidad hasta el escepticismo, pero no dejan de causar inquietud a los participantes. 

            Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos.  Sus apariciones son nuestros propios reflejos.  Nos muestran, de una manera original, cómo hemos elaborado nuestra identidad, y cuál es la imagen del hombre que tiene nuestra civilización.  En los aparecidos se entretejen variables culturales, psicológicas y sociales.  Muestran las concepciones del cuerpo, de la vida y de la muerte que se tienen.

            Los ladrones huyen ante los fantasmas, porque para su mundo materialista la muerte es su peor amenaza.  Son hábiles y audaces en la conquista del propio bienestar de corto alcance, pero muestran una inmensa ignorancia e incapacidad a la hora de ver la vida en toda su plenitud.  En realidad son tristes, porque saben que la amenaza de la muerte se cumple inexorablemente.

            En muchos casos, los fantasmas nos recuerdan el sentido y el deber que los hombres hemos olvidado.  Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad que en sus manifestaciones más amplias sólo presta atención a la ostentación y la fastuosidad, olvidándose de la sutil vida humana y de su condición espiritual.

            A la vez que denuncian insatisfactorias concepciones del mundo e inseguridades, los aparecidos son portadores de esperanzas, no del todo creídas.  Son la afirmación de que hay más cosas que lo racional, como son el afecto, el recuerdo o el miedo, y que la vida es siempre mucho más de lo que nos imaginamos.

Espíritu en la caída de agua
Tsukioka Yoshitoshi (japonés, 1839-1892)