El siguiente cuento ha sido
tomado de Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie).
Instituto Nacional de Filología y Folklore, Bs. As., 1960. Ha arraigado en varios lugares de América
Latina, como es en Perú, Chile o Argentina, pero su origen es español.
Por los
estudios hechos por Aurelio Espinosa (padre) (norteamericano, 1880-1958)
sabemos que en aquella tierra se lo conoce como Juanito Malastrampas, un
artesano pícaro e ingenioso, parecido al sastre del cuento que se
presenta. Hay también algunas versiones
en gallego, catalán y portugués.
El sastre, el
zapatero y los ladrones.
“Hace ya mucho tiempo
había un pobre sastre que debía dinero a todo el mundo. Le debía al carnicero,
al panadero, a la tienda, al almacenero, al verdulero, al boticario, al médico
y al zapatero. Ganaba con su oficio muy poca plata y eso no le alcanzaba ni
siquiera para poder vivir en la forma más modesta. Cada día más amargado por
eso, decidió una vez hacerse el muerto, para que todos los vecinos acreedores
le perdonen sus deudas.
El sastre del pueblo Albert Samuel Anker (suizo, 1831-1910) |
Al recibir la noticia,
que corrió enseguida de boca en boca, la gente del lugar se sintió conmovida y
se olvidó de los reales que tenían que cobrarle al pobre sastre. El único que
se negó a perdonar fue el zapatero del pueblo, avaro y testarudo.
–A mí me debe un real
y me lo va a pagar por más muerto que esté –dijo–. Me lo va a pagar como que
hay un solo Dios verdadero.
De acuerdo a la
costumbre de aquella época, los amigos del sastre llevaron a la noche su cadáver
para ser velado en la iglesia, hasta que llegara la hora de ir a sepultarlo en
el cementerio. El zapatero se fue a la iglesia, se arrimó al cajón donde estaba
el sastre y le gritó:
–¡Dame mi real, dame
mi real!
En eso estaba, cuando
al sentir la llegada de unas cuantas personas, el zapatero se apresuró a
esconderse en un confesionario. Los que llegaban eran unos ladrones que venían
a repartirse allí el dinero que habían robado en sus andanzas. Lo hicieron en
siete montones, uno de más, porque ellos sólo eran seis.
–¿Para quién es el
montón de más? –preguntó uno.
–Para el que le dé al
muerto una puñalada en la barriga –le respondió el jefe.
Al oírlo, el ladrón
que había hecho la pregunta dijo:
–Yo se la daré.
Se acercó así al
muerto, y ya le iba a clavar su cuchillo, cuando el muerto se levantó de un
gran salto, gritando:
–¡Ayudemén los
difuntos!
Puesto de zapatero remendón, 1737 Libro de P. Lecroix y A, Duchesne. |
–¡Allá vamos todos
juntos! –contestó el zapatero desde su escondite del confesionario.
Entonces los bandidos,
temblando de miedo, se olvidaron del reparto del dinero y salieron de la
iglesia corriendo como avestruces perseguidos.
Mientras tanto el
zapatero le decía al sastre:
–Ahora dame mi real,
dame mi real.
El sastre, que se
había apoderado de todo el dinero de los ladrones, no quería dárselo y el zapatero
le repetía con rabia:
–¡Dame mi real, dame
mi real!
Uno de los bandidos,
el más valiente de todos ellos, se detuvo en su carrera y le dijo a los otros:
–Esperen, esperen
aquí. Yo voy a ver qué es lo que pasa allá en la iglesia.
La casualidad quiso
que llegara a ella en el mismo instante en que el zapatero le decía al sastre:
–¡Dame mi real, dame
mi real!
Entonces el ladrón
salió nuevamente a todo escape y llegó y le dijo a sus compañeros,
tartamudeando todavía del tremendo susto que se había llevado:
–¡Sigamos, sigamos
corriendo, que allá se están repartiendo el dinero todos los difuntos a razón
de un real por barba!”
La huída de los
ladrones
El grupo de
ladrones representa un aspecto siniestro de la vida social. Son bandas que no tienen miedo a nada,
apoderándose de bienes en forma violenta.
Su lado oscuro está en la violencia que ejercen para lograr esos
bienes. En el cuento esto está claramente
plasmado con la oferta que hace el jefe de una parte del botín para aquel que
le clave un cuchillo al muerto.
Okiku Tsukioka Yoshitoshi (japonés, 1839-1892) |
De pronto,
estos seres malévolos encuentran algo mucho más fuerte que ellos, que los hace
huir. La fuente del miedo es el falso
muerto que se mueve y grita. Ellos no saben que es falso, creen a pie juntillas
en los fantasmas o apariciones.
En las
culturas ancestrales, también las latinoamericanas, se cree que el alma es algo
intangible y que puede seguir vivo, en forma de fantasma o espíritu, tras el
deceso del cuerpo. Es decir, una vez muerta la persona, su alma puede retirarse
a un lugar misterioso o puede quedar condenada a vagar como alma en pena. Su función es volver al reino de los vivos
para vengar ofensas, cobrar a los deudores, castigar a los infieles y espantar
a los incautos.
Las
apariciones siempre son en la penumbra, en pozos, parajes solitarios o casas
abandonadas. Un lugar privilegiado es la
iglesia, como en el caso del cuento.
Suelen ser luminosas cuando son almas del Purgatorio, y tienen formas grotescas,
de bulto negro, cuando son almas condenadas.
El miedo que
sienten los ladrones, acentuado por el equívoco de la segunda escena que llega
a ver uno de ellos, revela uno de los temores más tradicionales en la vida
humana. Aunque en este cuento sean
presentados como una comedia, hay varias enseñanzas que se vislumbran en el
símbolo.
Los fantasmas nos
inquietan
En cualquier discusión sobre las
apariciones puede haber variadas opiniones, desde la credulidad hasta el
escepticismo, pero no dejan de causar inquietud a los participantes.
Los
fantasmas nos hablan de nosotros mismos.
Sus apariciones son nuestros propios reflejos. Nos muestran, de una manera original, cómo
hemos elaborado nuestra identidad, y cuál es la imagen del hombre que tiene
nuestra civilización. En los aparecidos
se entretejen variables culturales, psicológicas y sociales. Muestran las concepciones del cuerpo, de la
vida y de la muerte que se tienen.
Los
ladrones huyen ante los fantasmas, porque para su mundo materialista la muerte
es su peor amenaza. Son hábiles y
audaces en la conquista del propio bienestar de corto alcance, pero muestran
una inmensa ignorancia e incapacidad a la hora de ver la vida en toda su
plenitud. En realidad son tristes,
porque saben que la amenaza de la muerte se cumple inexorablemente.
En muchos
casos, los fantasmas nos recuerdan el sentido y el deber que los hombres hemos
olvidado. Nos reflejan los problemas
existenciales propios de una sociedad que en sus manifestaciones más amplias
sólo presta atención a la ostentación y la fastuosidad, olvidándose de la sutil
vida humana y de su condición espiritual.
A la vez
que denuncian insatisfactorias concepciones del mundo e inseguridades, los
aparecidos son portadores de esperanzas, no del todo creídas. Son la afirmación de que hay más cosas que lo
racional, como son el afecto, el recuerdo o el miedo, y que la vida es siempre
mucho más de lo que nos imaginamos.
Espíritu en la caída de agua Tsukioka Yoshitoshi (japonés, 1839-1892) |