El relato
tradicional “El próspero comerciante y su hijo”, tomado de una recopilación de
cuentos de Medio Oriente, nos muestra aspectos valiosos de la experiencia.
“En cierta
oportunidad, un rico y acaudalado comerciante de telas de la ciudad de
Babilonia, hallándose muy próximo el momento de transmitirle a su hijo toda su
fortuna, lo condujo a una aldea muy pobre con el objeto de que el contacto con
aquellos menesterosos seres le hiciera comprender el valor de la inmensa
fortuna que muy pronto recibiría de su padre.
De este modo, el rico comerciante, confiando en que la visión de la
pobreza era una instrucción más valiosa que la prédica o el consejo, emprende
junto a su hijo el viaje hacia una de las aldeas más pobres.
Escena de aldea Manuel García Moia (nicaragüense, nacido en 1936) |
En el camino hablaban
animadamente y el padre le decía:
- Debes saber, hijo,
que en el atesorar la riqueza también reside el preservarla. De nada valen los bienes que heredes sino te
los apropias luego y no puedes retenerlos.
Y para ello, debes conocer lo que te aguarda si no prevalece en ti la
prudencia.
Tan pronto como
llegaron, el padre le ofrece a uno de los aldeanos una paga suficiente para que
los albergue en su casa a él y a su hijo durante una semana, pero éste la
rechaza aduciendo que era un honor el recibirlos. Sin embargo, no evitó que el sorprendido
aldeano le preguntara al rico comerciante:
-¿Por qué un señor
como tú y tu hijo quieren permanecer aquí durante una semana?
-Noble aldeano,
replicó el padre, estoy instruyendo a mi hijo.
Padre e hijo se
instalaron en la humilde choza del aldeano y convivieron con él durante una
semana. Durmieron en su lecho, comieron
en su mesa, bebieron de su agua, aliviaron el frío con su fuego y gozaron de la
infinita hospitalidad del aldeano.
Luego de transcurrida
una semana, padre e hijo partieron rumbo a su casa. En el camino, el padre le pide a su hijo que
le transmita lo que había aprendido de aquella experiencia:
-¡Fue una experiencia
reveladora!
-Has conocido los
rigores de la pobreza y sus privaciones, y eso te ayudará a no caer en
ella. ¿No es así?
-Así es, padre. Sin embargo, he podido ver que aún necesitado
de dinero, aquel hombre no aceptó tu paga y dijo que era un honor recibirnos, a
ti y a mí. Por lo demás, en nuestro
palacio hay una piscina de fino y pulido mármol, sin embargo aquel pobre
aldeano tenía todo el caudaloso río para sí mismo. Nosotros iluminamos nuestra casa con lujosos
candiles y velas, y en cambio el aldeano ilumina su choza con todas las
estrellas del cielo. En nuestras
espaciosas salas se esparce la fragancia de inciensos, pero en la choza del
aldeano cunden todas las exquisitas fragancias del valle. En nuestro palacio hay músicos que ejecutan
bellas melodías, pero el aldeano puede escuchar todos los días la bella sinfonía
de los bosques, el arrullo de las aves, y el canto de las luciérnagas. Nuestro palacio es muy grande, pero el
aldeano tiene toda la extensión de las montañas y de los valles. Nosotros debemos ir al mercado para adquirir
nuestras provisiones, el aldeano dispone de ellas en todo momento. Y cuando termina su jornada hay siempre una
sonrisa en su boca, mientras que tú vives preocupado por tu trabajo y ya no
sonríes.
Así es, padre. Gracias a ti, he aprendido lo rico que puedo
ser.”
La vida en la tierra.
La vida
humana se manifiesta en la tierra que, como bien dice el hijo del comerciante,
encierra una inmensidad de belleza y de beneficios para el aldeano.
Repasando
la enumeración del joven, vemos el caudaloso río, la luz de las estrellas, las fragancias
del valle, la melodía del bosque y animales, la extensión del espacio que
circunda la choza. Son imágenes de la tierra
que hablan de firmeza duradera. Nada de
lo que la tierra provee se acaba pronto.
Está presente en cada momento, y nos imaginamos que también estuvo con
los antepasados del aldeano como lo estará con su descendencia.
La tierra
es suave para el hombre, protege su vida.
Por ejemplo, pone a disposición del aldeano las provisiones que necesita
en todo momento.
La palabra “humildad”
está ligada al humus, tierra. El aldeano está marcado por esta virtud, y
nos recuerda que el hombre fue moldeado de barro, como se relata en el libro
del Génesis de la Biblia, y en muchos relatos de los pueblos antiguos. Esto es lo que la tierra le ha enseñado, a
ser humilde, de donde surge la capacidad de anfitrión generoso como también la
alegría que se nota en su sonrisa al final de cada día.
La
respuesta del hijo va mucho más lejos que la pregunta de su padre. Describe la condición fundamental de la vida
humana, que es estar unida a toda la naturaleza. El
hombre alcanza su sentido cuando percibe esta unión indisoluble.
Actitudes positivas.
Las tres personas que
intervienen en el cuento tienen actitudes valiosas o, como se las denomina en
nuestro tiempo, positivas.
Leyendas de San Francisco Giotto di Bondone (italiano, 1267-1337) |
Empecemos
con el padre, en quien la intencionalidad que manifiesta en el comienzo del
cuento oscurece su acción. Pero al
final, el hijo le agradece su intervención.
La virtud del padre está en respetar los resultados de la experiencia,
aunque no sean los esperados. Se
interesa por las conclusiones que tiene su hijo, pero no le impone ninguna
interpretación previa. El pedagogo tiene
la función de acompañar en la experiencia, dejando que el aprendiz entienda la
realidad desde su propia visión.
El caso del
hijo es más claro, pues se da cuenta de la vinculación que tenemos todos con la
naturaleza, una relación de vida. Su
mirada nos recuerda a San Francisco de Asís (italiano, 1182-1226), quien
también tenía un padre comerciante en telas, pero menos benevolente que el del
cuento. Este santo puso de manifiesto
una cosmovisión llena de agradecimiento a Dios y de admiración por la obra de
sus manos. La mirada de San Francisco
fue una importante influencia en toda la cultura occidental. Es una fuente de paz y alegría, y al mismo
tiempo de incisiva denuncia a lo más oscuro de nuestro tiempo.
La
situación del aldeano es la de la mayoría de los seres humanos. Son los que viven toda su vida en un mismo
lugar y hacen de la naturaleza su hogar.
Pueden estar en sencillas aldeas o en los centros urbanos, pero en todas
las situaciones encuentran los caminos de vinculación con la creación. Como el aldeano, son
humildes y prácticos, arraigados a su tierra.
Más que grandes razonadores, encontraremos en ellos una actitud mística
ante el universo.
Una
síntesis de las actitudes mencionadas es el Cántico de las Criaturas, un poema
de San Francisco de Asís, del cual reproducimos algunas estrofas.
“Alabado seas, mi
Señor,
en todas tus
criaturas,
especialmente en el
Señor hermano sol,
por quien nos das el
día y nos iluminas.
Y es bello y radiante
con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva
significación.
Alabado seas, mi
Señor,
por la hermana luna y las
estrellas,
en el cielo las formaste
claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi
Señor, por el hermano viento
y por el aire y la
nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus
criaturas das sustento.
Alabado seas, mi
Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas
la noche,
y es bello y alegre y
vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi
Señor,
por la hermana nuestra
madre tierra,
la cual nos sostiene y
gobierna
y produce diversos
frutos con coloridas flores y hierbas.”
Paisaje con árboles Georges Rouault (francés, 1871-1958) |