lunes, 4 de junio de 2012

EL PEDIDO DE LA ANCIANA


             Los cuentos populares se ocupan de temas que resultan difíciles en otros ámbitos.  Esta habilidad la consiguen con la larga trayectoria que tienen, pasando de boca en boca y recorriendo distintas civilizaciones.  Las narraciones dan un sentido a cosas que parecen muy enredadas.  Al leerlos, sentimos un cierto alivio, aunque no nos curen las heridas de la incertidumbre.

Vieja mesándose los cabellos
Quentin Massys
(flamenco,1466-1530)
            “El peral de la tía Miseria” es un cuento popular español, atribuido a diferentes regiones, como son Murcia, Andalucía o Castilla.  Probablemente estas sean las estaciones del viaje que ha realizado atravesando la vida humana. 

La tía Miseria era una pobre anciana que vivía de limosnas. Tenía un hijo, llamado Ambrosio (el Hambre), que andaba por el mundo, también pidiendo. Y poseía un perro mil razas, que la acompañaba en la pequeña choza en que habitaba. Junto a la misma tenía un peral, del que obtenía poco fruto, pues los chicos del pueblo le robaban las peras apenas maduraban.

Un día llegó a la puerta de su casa un hombre pobre y, como helaba fuera, la tía Miseria lo acogió en la choza. Compartió con él lo poco que tenía para cenar y le fabricó un rudimentario jergón para que pudiera dormir. Al despertar, por la mañana, también le ofreció un humilde desayuno.

El pobre, agradecido, se dirigió entonces a Miseria diciéndole:
-En vista de tu noble corazón, voy a concederte un deseo pues, aunque me veas vestido como un pobre, en realidad soy un ángel del cielo.

Aunque Miseria no quería nada, el santo insistió y, entonces, se acordó la anciana del peral:
-Éste es mi deseo -dijo-: que cuando alguien suba al peral, no pueda bajar sin mi permiso.

Al instante le fue concedido el deseo, y fue la idea tan definitiva que, al cabo de poco tiempo, tras algunos palos de bastón y no pocos jirones en sus ropas, no volvió a acercarse al peral un solo zagal.

Así pasaron largos años, hasta que un hombre alto y seco, con una guadaña, se acercó a la puerta de la choza y comenzó a llamar a la tía Miseria:
-Vamos, Miseria, que es hora.

Miseria, que reconoció rápidamente a la Muerte, no pareció estar muy de acuerdo:
–¡Hombre, ahora que empezaba a disfrutar algo de la vida! –le dijo–. ¿Por qué no me haces el favor de juntarme esas cuatro peras del árbol, mientras yo me preparo para el viaje?

La Muerte, ingenua, se dispuso a agarrar las peras y, como estaban en todo lo alto, no tuvo más remedio que subir al árbol. En ese momento escuchó la carcajada de Miseria que, asomada a la ventana, le decía:
-¡Muerte fiera, ahí te quedarás hasta que yo quiera!
Y quiso Miseria que allí se quedara, hiciera calor o helara, durante muchos años. Tantos que en el mundo empezó a sentirse la falta de la Muerte. Nadie moría, ni en las guerras, ni por enfermedad, ni por vejez. Había ancianos de más de trescientos años, en estado tan penoso que ellos mismos buscaban poner fin a su vida.

Algunos se tiraban por los precipicios, otros al mar, otros se arrojaban a las vías del tren, pero ninguno lograba su propósito y los hospitales se llenaban, sin poder atenderlos a todos.

Así hasta que la Muerte vio pasar por allí cerca a un médico, antiguo conocido y amigo de ella:
– ¡Eh, viejo amigo, acércate y observa mi estado! ¡Duélete de mi situación! ¡Avisa a las gentes del pueblo y venid a cortar este maldito árbol!

Al poco llegaron los vecinos, armados con sus mejores hachas, pero, aunque lo intentaron por todos los medios, no lograron hacer la mínima mella en el tronco del peral. Y todos los que quisieron bajar de allí a la Muerte, sólo consiguieron quedarse colgados con ella. Entonces empezaron a rogar a la vieja Miseria que se apiadase de ellos, de los que tanto sufrían y que permitiera bajar del peral a la Muerte y a sus acompañantes. Tanto insistieron que al fin cedió la tía Miseria, aunque le puso una condición a la Muerte:
–Que no te acuerdes de mí ni de mi hijo Ambrosio hasta que te llame por tres veces.

Accedió la Muerte, y bajó, y comenzó a cumplir con todo el trabajo que tenía pendiente, lo que la tuvo ocupada durante muchas semanas. Todos los que debieran haber muerto, veían llegar su hora. Todos menos la anciana y su hijo, que por eso viven todavía la miseria y el hambre.


El peral atrapante

            El origen español del cuento ayuda a entender que el árbol frutal sea un peral.  Es un cultivo común en esas regiones.  En un pueblo de Huelva, hay una devoción a la Virgen de la Peña, que es una Madre con Niño. Éste tiene en la mano una pera, puesto que esta fruta es un símbolo antiguo de la encarnación de Cristo.
Pera común
Atlas de las plantas de Francia
(1891)

            Esta fruta fue cultivada desde tiempos remotos por egipcios, griegos y romanos. Desde muy antiguo se ha considerado la flor del peral como símbolo del carácter efímero de la existencia, pues dura muy poco.  Es una delicada ironía que allí quede atrapada la Muerte. 

            Cuando la pera aparece en los sueños, es un símbolo típicamente erótico, lleno de sensualidad. Esto se debe probablemente al sabor dulce y al abundante jugo.  En algunos casos también se relaciona su forma con la evocación de la forma femenina.

            Los relatos populares suelen presentar relaciones simbólicas constantes, como las que se dan en este caso.  El cuento es sencillo, breve, y sin embargo encierra una sabiduría profunda, expresada con recursos poéticos muy valiosos.


Parecen personas

            Una herramienta poética es la personificación de cosas, animales o de aspectos de la vida humana.  Cuando este recurso tiene mucha complejidad, cuando simboliza cuestiones profundas de la vida humana, se lo llama con un término específico: alegoría.  En el cuento citado, la tía Miseria como la Muerte son dos claras alegorías.  También lo es el mendigo alojado por la anciana, que luego resulta ser un Ángel.

Virgen y el Niño
Giovanni Bellini
(Italiano, 1424-1516)end_of_the_skype_highlighting
            Es notable que una manera de dar sentido a las cosas sea personificarlas.  Se las hace parecer personas, que hablan, sienten, acarician, se enojan, deciden, o simplemente piensan.  De esta manera, la realidad se vuelve un poco más comprensible.  El ser humano es como la medida del sentido de las cosas.  Cada uno aprende del universo y también cada uno, a su modo, le da sentido.

            Los cuentos usan los recursos poéticos porque quieren que entendamos con emoción. De eso se trata la belleza que encierran las narraciones populares:  de conocimientos y de sentimientos.  No solamente es saber, sino también disfrutar.  Hay razones que solamente el corazón entiende.

            Veamos cómo esta noción  de personificación nos ayuda a sumergirnos más en el siguiente ejemplo. Es un poema de Jorge Luis Borges (argentino, 1899-1986), titulado “Las cosas”:

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.


Armonía
Wassily Kandinski (ruso, 1866-1944)