viernes, 22 de junio de 2012

HEREDARÁS EXPERIENCIA


             “Me parece, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la experiencia misma, madre de todas las ciencias”. Así le decía don Quijote de la Mancha a Sancho, su escudero, quien siempre tenía algún dicho a flor de labios. 

            El relato tradicional “El próspero comerciante y su hijo”, tomado de una recopilación de cuentos de Medio Oriente, nos muestra aspectos valiosos de la experiencia.

“En cierta oportunidad, un rico y acaudalado comerciante de telas de la ciudad de Babilonia, hallándose muy próximo el momento de transmitirle a su hijo toda su fortuna, lo condujo a una aldea muy pobre con el objeto de que el contacto con aquellos menesterosos seres le hiciera comprender el valor de la inmensa fortuna que muy pronto recibiría de su padre.  De este modo, el rico comerciante, confiando en que la visión de la pobreza era una instrucción más valiosa que la prédica o el consejo, emprende junto a su hijo el viaje hacia una de las aldeas más pobres.
Escena de aldea
Manuel García Moia
(nicaragüense, nacido en 1936)

En el camino hablaban animadamente y el padre le decía:

- Debes saber, hijo, que en el atesorar la riqueza también reside el preservarla.  De nada valen los bienes que heredes sino te los apropias luego y no puedes retenerlos.  Y para ello, debes conocer lo que te aguarda si no prevalece en ti la prudencia.

Tan pronto como llegaron, el padre le ofrece a uno de los aldeanos una paga suficiente para que los albergue en su casa a él y a su hijo durante una semana, pero éste la rechaza aduciendo que era un honor el recibirlos.  Sin embargo, no evitó que el sorprendido aldeano le preguntara al rico comerciante:

-¿Por qué un señor como tú y tu hijo quieren permanecer aquí durante una semana?

-Noble aldeano, replicó el padre, estoy instruyendo a mi hijo.

Padre e hijo se instalaron en la humilde choza del aldeano y convivieron con él durante una semana.  Durmieron en su lecho, comieron en su mesa, bebieron de su agua, aliviaron el frío con su fuego y gozaron de la infinita hospitalidad del aldeano.

Luego de transcurrida una semana, padre e hijo partieron rumbo a su casa.  En el camino, el padre le pide a su hijo que le transmita lo que había aprendido de aquella experiencia:

-¡Fue una experiencia reveladora!

-Has conocido los rigores de la pobreza y sus privaciones, y eso te ayudará a no caer en ella.  ¿No es así?

-Así es, padre.  Sin embargo, he podido ver que aún necesitado de dinero, aquel hombre no aceptó tu paga y dijo que era un honor recibirnos, a ti y a mí.  Por lo demás, en nuestro palacio hay una piscina de fino y pulido mármol, sin embargo aquel pobre aldeano tenía todo el caudaloso río para sí mismo.  Nosotros iluminamos nuestra casa con lujosos candiles y velas, y en cambio el aldeano ilumina su choza con todas las estrellas del cielo.  En nuestras espaciosas salas se esparce la fragancia de inciensos, pero en la choza del aldeano cunden todas las exquisitas fragancias del valle.  En nuestro palacio hay músicos que ejecutan bellas melodías, pero el aldeano puede escuchar todos los días la bella sinfonía de los bosques, el arrullo de las aves, y el canto de las luciérnagas.  Nuestro palacio es muy grande, pero el aldeano tiene toda la extensión de las montañas y de los valles.  Nosotros debemos ir al mercado para adquirir nuestras provisiones, el aldeano dispone de ellas en todo momento.  Y cuando termina su jornada hay siempre una sonrisa en su boca, mientras que tú vives preocupado por tu trabajo y ya no sonríes.

Así es, padre.  Gracias a ti, he aprendido lo rico que puedo ser.”


La vida en la tierra.

            La vida humana se manifiesta en la tierra que, como bien dice el hijo del comerciante, encierra una inmensidad de belleza y de beneficios para el aldeano. 

            Repasando la enumeración del joven, vemos el caudaloso río, la luz de las estrellas, las fragancias del valle, la melodía del bosque y animales, la extensión del espacio que circunda la choza.  Son imágenes de la tierra que hablan de firmeza duradera.  Nada de lo que la tierra provee se acaba pronto.  Está presente en cada momento, y nos imaginamos que también estuvo con los antepasados del aldeano como lo estará con su descendencia.

            La tierra es suave para el hombre, protege su vida.  Por ejemplo, pone a disposición del aldeano las provisiones que necesita en todo momento.   

            La palabra “humildad” está ligada al humus, tierra.  El aldeano está marcado por esta virtud, y nos recuerda que el hombre fue moldeado de barro, como se relata en el libro del Génesis de la Biblia, y en muchos relatos de los pueblos antiguos.  Esto es lo que la tierra le ha enseñado, a ser humilde, de donde surge la capacidad de anfitrión generoso como también la alegría que se nota en su sonrisa al final de cada día.

            La respuesta del hijo va mucho más lejos que la pregunta de su padre.  Describe la condición fundamental de la vida humana, que es estar unida a toda la naturaleza.  El hombre alcanza su sentido cuando percibe esta unión indisoluble.


Actitudes positivas.

            Las tres personas que intervienen en el cuento tienen actitudes valiosas o, como se las denomina en nuestro tiempo, positivas.

Leyendas de San Francisco
Giotto di Bondone
(italiano, 1267-1337)
            Empecemos con el padre, en quien la intencionalidad que manifiesta en el comienzo del cuento oscurece su acción.  Pero al final, el hijo le agradece su intervención.  La virtud del padre está en respetar los resultados de la experiencia, aunque no sean los esperados.  Se interesa por las conclusiones que tiene su hijo, pero no le impone ninguna interpretación previa.  El pedagogo tiene la función de acompañar en la experiencia, dejando que el aprendiz entienda la realidad desde su propia visión. 

            El caso del hijo es más claro, pues se da cuenta de la vinculación que tenemos todos con la naturaleza, una relación de vida.  Su mirada nos recuerda a San Francisco de Asís (italiano, 1182-1226), quien también tenía un padre comerciante en telas, pero menos benevolente que el del cuento.  Este santo puso de manifiesto una cosmovisión llena de agradecimiento a Dios y de admiración por la obra de sus manos.  La mirada de San Francisco fue una importante influencia en toda la cultura occidental.  Es una fuente de paz y alegría, y al mismo tiempo de incisiva denuncia a lo más oscuro de nuestro tiempo.

            La situación del aldeano es la de la mayoría de los seres humanos.  Son los que viven toda su vida en un mismo lugar y hacen de la naturaleza su hogar.  Pueden estar en sencillas aldeas o en los centros urbanos, pero en todas las situaciones encuentran los caminos de vinculación con la creación.  Como el aldeano, son humildes y prácticos, arraigados a su tierra.  Más que grandes razonadores, encontraremos en ellos una actitud mística ante el universo.

            Una síntesis de las actitudes mencionadas es el Cántico de las Criaturas, un poema de San Francisco de Asís, del cual reproducimos algunas estrofas.


“Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.

Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.”

Paisaje con árboles
Georges Rouault (francés, 1871-1958)