lunes, 2 de julio de 2012

Consulta con la almohada


La antigua Corea fue influenciada por corrientes religiosas llegadas de China, con sus costumbres y enseñanzas.  Entre ellas, están la de los funcionarios religiosos que recorrían los caminos, peregrinando a distintos santuarios y compartiendo la vida de la gente en las posadas y aldeas.  De estos ambientes surgieron valiosos cuentos, como el titulado “ La almohada maravillosa”.

“Cierto día una anciano sacerdote se detuvo en una posada situada a un lado de la carretera. Una vez en ella extendió su esterilla y se sentó poniendo a su lado las alforjas que llevaba.

Poco después llegó también a la posada un muchacho joven de la vecindad. Era labrador y llevaba un traje corto, no una túnica como los sacerdotes o los hombres entregados al estudio. Se sentó a corta distancia del sacerdote y a los pocos instantes estaban los dos charlando y riéndose alegremente.

Labradores arando el campo de arroz.
Kim Hong-Do
Coreano (1745-1806)
De vez en cuando el joven dirigía una mirada a su pobre traje y, al fin, dando un suspiro, exclamó:
-¡Mira cuán miserable soy!

-Sin embargo – contestó el sacerdote –, me parece que eres un muchacho sano y bien alimentado. ¿Por qué, en medio de nuestra agradable charla, te quejas de ser un pobre miserable?

-Como ya puedes imaginarte – contesto el muchacho –, en mi vida no puedo hallar muchos placeres, pues trabajo todos los días desde que sale el sol hasta que ha anochecido. En cambio, me gustaría ser un gran general y ganar batallas, o bien un hombre rico, comer y beber magníficamente, escuchar buena música o, quizá, ser un gran hombre en la corte y ayudar a nuestro soberano, sin olvidar, naturalmente, a mi familia que así gozaría de prosperidad. A cualquiera de estas cosas llamo yo vivir digna y agradablemente. Quiero progresar en el mundo, pero aquí no soy más que un pobre labrador. Y, si mi vida no te parece miserable, ya me dirás qué concepto te merece.

Nada le contestó el sacerdote y la conversación cesó entre ambos. Luego el joven comenzó a sentir sueño y, en tanto que el posadero preparaba un plato de gachas de mijo, el sacerdote tomó una almohada que llevaba en sus alforjas y le dijo al joven:

-Apoya la cabeza en esta almohada y verás satisfechos todos tus deseos.

Aquella almohada era de porcelana, redonda como un tubo y abierta por cada uno de sus dos extremos. En cuanto el joven hubo acercado su cabeza a ella, empezó a soñar: una de las aberturas le pareció tan grande y brillante por su parte inferior, que se metió por allí, y en breve, se vio en su propia casa.

Transcurrió algún tiempo y el joven se casó con una hermosa doncella. No tardó en ganar cada día más dinero, de modo que podía darse el placer de llevar hermosos trajes y de pasar largas horas estudiando. Al año siguiente se examinó y lo nombraron magistrado.

Dos o tres años más tarde y siempre progresando en su carrera, alcanzó el cargo de primer ministro del Rey. Durante mucho tiempo el monarca depositó en él toda su confianza, pero un día aciago se vio en una situación desagradable, pues lo acusaron de traición, lo juzgaron y fue condenado a muerte. En compañía de otros varios criminales lo llevaron al lugar fijado para la ejecución. Allí le hicieron arrodillarse y el verdugo se acercó a él para darle muerte.

De pronto, aterrado por el golpe mortal que esperaba, abrió los ojos y, con gran asombro por su parte, se encontró en la posada. El sacerdote estaba a su lado, con la cabeza apoyada en la alforja, y el posadero aún estaba removiendo las gachas cuya cocción aún no había terminado.

El joven guardó silencio, comió sin pronunciar una palabra y luego se puso en pie, hizo una reverencia al sacerdote y le dijo:

-Te doy muchas gracias por la lección que me has dado. Ahora ya sé lo que significa ser un gran hombre.

Y dicho esto, se despidió y, satisfecho, volvió a su trabajo, que ya no le parecía tan miserable como antes.”


Materiales de almohada.

            Sorprende en el cuento que la almohada esté hecha de porcelana.  Durante siglos, los artesanos chinos usaron variados materiales para crear llamativos ejemplos de este objeto para dormir.  Crearon verdaderas maravillas con madera, bambú, cerámica, cuero, jade, piedra, vidrio, algodón y seda.
Almohada de porcelana
(China, s. VI d.C.)

            No todos eran objetos blandos para poner la cabeza al momento de dormir. Buscaban que el material fuese adecuado para el clima del lugar y la estación del año.  Otras veces tenían usos prácticos.  Como la almohada “caja”, que podía cerrarse con candado.  En ella se guardaban documentos importantes, joyería y otros objetos de valor.  Cuando el dueño dormía, la almohada era una caja fuerte a prueba de robos.  En los viajes, servían para transportar cómodamente los valores.

            En otros lados del mundo se siguieron también estos criterios.  En Egipto, debido al calor constante, se usaban reposacabezas.  Eran instrumentos rígidos.  Podían adornarse con una serie de símbolos, inscripciones o deidades.  Así tenían una carga mágica que protegía al usuario.

Apoyacabezas
(Egipto, ca. 2600 a.C.)
            Más allá del material usado para su confección, la almohada representa un umbral entre la vigilia y el sueño.  Allí se apoya la cabeza, que es el centro del hombre y el símbolo del universo entero.  Allí dejamos el camino del razonamiento lógico, propio del estar despiertos, para entrar en el mundo de la intuición y de la fantasía, propio de los sueños.

            Cuando se dice “consultar con la almohada”, es buscar la verdad al dormir y soñar.  No es una mera reflexión en silencio.  Es apagar la luz, dejar que se caigan las defensas concientes, y sumergirnos en las sugestiones y símbolos que se manifestarán en el sueño.  Es lo que le sucede al labrador del cuento.


Fecundación de la tierra.

            El labrador del cuento siente que su trabajo está lejos de la dignidad humana.  Su túnica corta lo aleja de aquellas posiciones que considera importantes: general, cortesano u hombre rico.  El sueño le muestra la degradación que encierran esas situaciones.

            Universalmente se considera que la labranza es un acto sagrado, y sobre todo un acto de fecundación de la tierra.  En ese oficio el hombre es un ser trascendente, intermediario entre el cielo y la tierra. 

            En la antigua China, la autoridad invocaba la lluvia antes de iniciar la labranza.  El agua caída se consideraba la simiente del cielo.  Luego la primer labranza la realizaba la pareja, y que muchas veces culminaba la tarea con la unión sexual.  El arado representa al varón y el surco a la mujer.  En aquellas regiones, el fruto de la penetración de la tierra es el embrión de lo inmortal.

            En toda la tradición, la labranza es una tarea que simboliza el esfuerzo espiritual, de donde saldrá el fruto que no muere nunca, la unión con Dios.  También la Biblia se hace eco de esta interpretación, cuando San Pablo dice: “Porque nosotros somos cooperadores de Dios, y ustedes son el campo de Dios” (Primera carta a los Corintios, capítulo 3, versículo 9).

            El silencio final del labrador, y el agradecimiento al anciano, muestran que entendió el sentido sagrado de su tarea.  A la vez, nos invita a descubrir el sentido de nuestra propia existencia que a lo mejor la encontraremos al consultarlo con la almohada.


Recuerdos secretos
Seund Ja Rhee (coreano, 1918-2009)