“Cierto día una anciano
sacerdote se detuvo en una posada situada a un lado de la carretera. Una vez en
ella extendió su esterilla y se sentó poniendo a su lado las alforjas que
llevaba.
Poco después llegó
también a la posada un muchacho joven de la vecindad. Era
labrador y llevaba un traje corto, no una túnica como los sacerdotes o los
hombres entregados al estudio. Se sentó a corta distancia del sacerdote y a los
pocos instantes estaban los dos charlando y riéndose alegremente.
Labradores arando el campo de arroz. Kim Hong-Do Coreano (1745-1806) |
De vez en cuando el joven
dirigía una mirada a su pobre traje y, al fin, dando un suspiro, exclamó:
-¡Mira cuán miserable
soy!
-Sin embargo – contestó
el sacerdote –, me parece que eres un muchacho sano y bien alimentado. ¿Por
qué, en medio de nuestra agradable charla, te quejas de ser un pobre miserable?
-Como ya puedes
imaginarte – contesto el muchacho –, en mi vida no puedo hallar muchos
placeres, pues trabajo todos los días desde que sale el sol hasta que ha
anochecido. En cambio, me gustaría ser un gran general y ganar batallas, o bien
un hombre rico, comer y beber magníficamente, escuchar buena música o, quizá,
ser un gran hombre en la corte y ayudar a nuestro soberano, sin olvidar,
naturalmente, a mi familia que así gozaría de prosperidad. A cualquiera de
estas cosas llamo yo vivir digna y agradablemente. Quiero progresar en el
mundo, pero aquí no soy más que un pobre labrador. Y, si mi vida no te parece
miserable, ya me dirás qué concepto te merece.
Nada le contestó el
sacerdote y la conversación cesó entre ambos. Luego el joven comenzó a sentir
sueño y, en tanto que el posadero preparaba un plato de gachas de mijo, el sacerdote
tomó una almohada que llevaba en sus alforjas y le dijo al joven:
-Apoya la cabeza en esta
almohada y verás satisfechos todos tus deseos.
Aquella almohada era de
porcelana, redonda como un tubo y abierta por cada uno de sus dos extremos. En
cuanto el joven hubo acercado su cabeza a ella, empezó a soñar: una de las
aberturas le pareció tan grande y brillante por su parte inferior, que se metió
por allí, y en breve, se vio en su propia casa.
Transcurrió algún tiempo
y el joven se casó con una hermosa doncella. No tardó en ganar cada día más
dinero, de modo que podía darse el placer de llevar hermosos trajes y de pasar
largas horas estudiando. Al año siguiente se examinó y lo nombraron magistrado.
Dos o tres años más tarde
y siempre progresando en su carrera, alcanzó el cargo de primer ministro del
Rey. Durante mucho tiempo el monarca depositó en él toda su confianza, pero un
día aciago se vio en una situación desagradable, pues lo acusaron de traición,
lo juzgaron y fue condenado a muerte. En compañía de otros varios criminales lo
llevaron al lugar fijado para la ejecución. Allí le hicieron arrodillarse y el
verdugo se acercó a él para darle muerte.
De pronto, aterrado por
el golpe mortal que esperaba, abrió los ojos y, con gran asombro por su parte,
se encontró en la posada.
El sacerdote estaba a su lado, con la cabeza apoyada en la
alforja, y el posadero aún estaba removiendo las gachas cuya cocción aún no
había terminado.
El joven guardó silencio,
comió sin pronunciar una palabra y luego se puso en pie, hizo una reverencia al
sacerdote y le dijo:
-Te doy muchas gracias
por la lección que me has dado. Ahora ya sé lo que significa ser un gran
hombre.
Y dicho esto, se despidió
y, satisfecho, volvió a su trabajo, que ya no le parecía tan miserable como
antes.”
Materiales de
almohada.
Sorprende
en el cuento que la almohada esté hecha de porcelana. Durante siglos, los artesanos chinos usaron
variados materiales para crear llamativos ejemplos de este objeto para dormir. Crearon verdaderas maravillas con madera,
bambú, cerámica, cuero, jade, piedra, vidrio, algodón y seda.
Almohada de porcelana (China, s. VI d.C.) |
No todos
eran objetos blandos para poner la cabeza al momento de dormir. Buscaban que el
material fuese adecuado para el clima del lugar y la estación del año. Otras veces tenían usos prácticos. Como la almohada “caja”, que podía cerrarse
con candado. En ella se guardaban
documentos importantes, joyería y otros objetos de valor. Cuando el dueño dormía, la almohada era una
caja fuerte a prueba de robos. En los
viajes, servían para transportar cómodamente los valores.
En otros lados del mundo se siguieron
también estos criterios. En Egipto,
debido al calor constante, se usaban reposacabezas. Eran instrumentos rígidos. Podían adornarse con una serie de símbolos,
inscripciones o deidades. Así tenían una
carga mágica que protegía al usuario.
Apoyacabezas (Egipto, ca. 2600 a.C.) |
Más allá
del material usado para su confección, la almohada representa un umbral entre
la vigilia y el sueño. Allí se apoya la
cabeza, que es el centro del hombre y el símbolo del universo entero. Allí dejamos el camino del razonamiento
lógico, propio del estar despiertos, para entrar en el mundo de la intuición y
de la fantasía, propio de los sueños.
Cuando se
dice “consultar con la almohada”, es
buscar la verdad al dormir y soñar. No
es una mera reflexión en silencio. Es
apagar la luz, dejar que se caigan las defensas concientes, y sumergirnos en
las sugestiones y símbolos que se manifestarán en el sueño. Es lo que le sucede al labrador del cuento.
Fecundación de la
tierra.
El labrador
del cuento siente que su trabajo está lejos de la dignidad humana. Su túnica corta lo aleja de aquellas
posiciones que considera importantes: general, cortesano u hombre rico. El sueño le muestra la degradación que
encierran esas situaciones.
Universalmente
se considera que la labranza es un acto sagrado, y sobre todo un acto de
fecundación de la
tierra. En ese oficio
el hombre es un ser trascendente, intermediario entre el cielo y la
tierra.
En la antigua China , la
autoridad invocaba la lluvia antes de iniciar la labranza. El agua caída se
consideraba la simiente del cielo. Luego
la primer labranza la realizaba la pareja, y que muchas veces culminaba la
tarea con la unión sexual. El arado
representa al varón y el surco a la mujer. En
aquellas regiones, el fruto de la penetración de la tierra es el embrión de lo
inmortal.
En toda la
tradición, la labranza es una tarea que simboliza el esfuerzo espiritual, de
donde saldrá el fruto que no muere nunca, la unión con Dios. También la Biblia se hace eco de esta
interpretación, cuando San Pablo dice: “Porque nosotros somos cooperadores de
Dios, y ustedes son el campo de Dios” (Primera carta a los Corintios, capítulo
3, versículo 9).
El silencio
final del labrador, y el agradecimiento al anciano, muestran que entendió el
sentido sagrado de su tarea. A la vez,
nos invita a descubrir el sentido de nuestra propia existencia que a lo mejor
la encontraremos al consultarlo con la almohada.
Recuerdos secretos Seund Ja Rhee (coreano, 1918-2009) |