domingo, 27 de septiembre de 2015

EL CAZADOR ASTUTO




Cazador
Niko Pirosmani
(georgiano, 1862-1918)

 Al sur del Reino de Chu vivía un cazador que valiéndose prodigiosamente de su flauta de bambú, conseguía imitar las voces y sonidos de casi todos los animales del bosque. Armado de un arco, se dirigía a la montaña y allí imitaba el llamado del ciervo, creyendo éste que se trataba de alguno de sus congéneres, acudían por manadas al lugar, y así el cazador les daba muerte disparándole sus certeras flechas.
El cazador
Max Ernst
(alemán, 1891-1976)

Esta operación era repetida cotidianamente y siempre con idéntico resultado. Sin embargo, un día, al oír el llamado del ciervo, un lobo se aproximó peligrosamente. El cazador aterrorizado debió imitar rápidamente el rugido del tigre para espantarlo. El lobo huyó pero apareció un tigre creyendo que se trataba de una hembra. Presa del pánico, el cazador imitó el gruñido del gran oso con lo cual consiguió espantar al tigre. Pero, en la escena, se hizo presente un gigantesco oso creyendo encontrar uno de sus     semejantes. El oso, al ver que allí sólo había un hombre, se abalanzó sobre él, lo destrozó y terminó engulléndoselo. Y este fue el final del desdichado cazador.


Lugares sagrados

         El bosque constituye para la humanidad un lugar sagrado.  No importa el grupo humano o región que se tome en consideración, cuando está este sitio natural entonces se lo considera un santuario.  Entre los antiguos, los bosques estaban consagrados a las divinidades, simbolizaban la morada misteriosa de Dios.  

Cazadores
Rafael Zabaleta
(español, 1907-1960)
         Comparado con otros elementos naturales sagrados, se dice que el bosque es menos abierto que la montaña, menos fluido que el mar, menos sutil que el aire, menos árido que el desierto, menos oscuro que la gruta.  Pero el bosque tiene ese halo misterioso, es cerrado, arraigado, silencioso, verdoso, sombrío, desnudo y múltiple, secreto.  En todas las tradiciones se construyeron santuarios entre los árboles.

         Para los modernos, por su oscuridad y arraigamiento profundo, el bosque simboliza lo inconsciente.  Los terrores del bosque, como los terrores pánicos, estarían inspirados por el temor a las revelaciones de lo inconsciente.

         Al bosque se dirige el cazador astuto.  Este hombre forma parte de una larga cadena de generaciones.  Sus antepasados comenzaron siendo carroñeros, comiendo de los restos que abandonaban los grandes animales.  Pero con el tiempo, los hombres fueron aprendiendo el oficio de la caza, para su propio sustento.

         En pocas generaciones, este oficio fue interpretado como un símbolo.  El aspecto de la matanza del animal, se lo relacionaba con la destrucción de la ignorancia y de las tendencias nefastas.  El otro aspecto, el de la persecución de la presa, significa la búsqueda espiritual.  Seguir los rastros de un animal es seguir la vía que conduce al Gran Espíritu, dicen los aborígenes de América del norte.
 
El cazador
Joan Miro
(español, 1893-1983)
         Pero luego apareció el cazador “astuto” del cuento, representante de una generación que no hace más esfuerzos, sino que mediante un artificio engañoso, atrae a sus víctimas.  Ya no busca alimentarse, ya no realiza las danzas sagradas con las que se mimetizaba con su presa para cazarla, en un gesto de respeto, de unión con la naturaleza, de la cual recibe su alimento.  

         El adjetivo astuto se deriva de un viejo vocablo latino “astus”, que significa agudeza mental, trampa, astucia.   Pero en tiempos de la decadencia de Imperio Romano, se desarrolló una etimología popular que confundió este adjetivo con el nombre que, en griego, se le daba al centro fortificado de una ciudad: “astú”.  Con el tiempo esto llevó a vincular al ser humano urbano con la astucia, y de allí fino, versátil, educado.  Mientras que al que provenía del campo, al rústico, se lo consideraba escasamente educado, burdo, tosco y algo tonto.  Esta calificación perdura en nuestro tiempo.

         El cuento muestra que el uso de artificios, aunque resulten exitosos, pronto encuentran su final.  El cazador “astuto” termina engullido por el oso. El ser humano que usa ardides en la vida, termina perdido en los terrores de su propia inconsciencia.  Hacer trampas no responde a la ley de las cosas.  Tarde o temprano, quien violenta a la naturaleza recibirá su violencia.

Bosque
Paul Cezanne
(francés, 1839-1906)