domingo, 18 de febrero de 2018

UNA JOYA ÚNICA

Día de la mayoría de edad
Nguyen Dinh Dang
 (vietnamita, n. en 1958)

Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. A poca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tapices, a alguna ciudad vecina.


Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader, diciéndole:

- "Buen amigo, ¡salud!... pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?"

- "¡Ay!", respondió el árabe con tristeza. "Estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas."

- "¡Bah!", respondió el inglés. "La pérdida de una joya no debe ser gran cosa para ti, que llevas tesoros sobre tus camellos, y te será fácil reponerla."

- "¡¿Reponerla?!... ¡¿Reponerla?!", exclamó el árabe. "Bien se ve que no conoces el valor de mi pérdida."

- "¿Qué joya es, pues?", preguntó el viajero.

- "Era una joya, como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo.

Adornábanla veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya ves que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás."

- "A fe mía", dijo el inglés, "tu joya debía ser preciosa. Pero, ¿no crees que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?"

- "La joya perdida", volviendo a quedar pensativo, "era un día, y un día que se pierde... no vuelve a encontrarse."


Oportunidades del tiempo

         El viajero inglés quería conversar con alguien, pero jamás se imaginó lo que el diálogo con el árabe le iba a revelar. Las cosas suceden más allá de los planes que tenemos. El viajero llevaba un largo período sin intercambiar palabras con otro, y para salir de semejante situación aislada, prestó atención al pensativo dueño de camellos cargados, probablemente un rico comerciante. Y no se equivocó, pues encontró un tesoro de sabiduría.
Día y crepúsculo
Wilhelm List
(austríaco, 1864 - 1918)

         Los árabes fueron los que introdujeron la división del día en horas exactas todas iguales y de sesenta minutos, alrededor del siglo XVI y sólo empieza a extenderse en el siglo XVII. El artesano Tiempo de su mitología había hecho un reloj según su precisa descripción. Cada día consistía en veinticuatro horas de sesenta minutos cada una.

Antes no era así. El sistema romano llamaba hora a la doceava parte del período de luz o de la oscuridad, por lo cual cada hora variaba según la época del año. Solamente dos veces al año, los días de los equinoccios, los períodos de oscuridad y luz de cada día eran iguales, y entonces las horas tenían sesenta minutos. A las horas diurnas, que duraban entre 45 y 75 minutos, las numeraban del uno al doce. El mediodía siempre coincidía con la hora sexta, momento en que tenían una comida y luego descansaban. De aquí viene el nombre de siesta para ese corte en las tareas.

Entre la oscuridad y la luz
Marc Chagall
(bielorruso, 1887-1985)
A las horas nocturnas las agrupaban de a tres, y las denominaban vigilias: prima, secunda, tertia, quarta. Hacia el final del Imperio también se juntaron de a tres las horas diurnas, y se las llamó: prima, tertia, sexta, nona. Esta división marca aún hoy los tiempos de oración en los monasterios y la vida de los consagrados católicos y ortodoxos.

La joya del cuento es el día. Es una palabra que deriva de una raíz indoeuropea que significa luz diurna, o simplemente brillo, luz. De día nacen los términos diario, diurno, diana, y por la corrupción de este vocablo en las lenguas romances, como el italiano giorno o el francés jour, llegamos a los términos jornada, jornalero.

De la raíz indoeuropea de día, surge otra palabra significativa en nuestro idioma: Dios. Este término en latín era deus o divus, y en ambos casos significaba ser de luz, pues así eran entendidos los dioses en los orígenes, como seres hechos de la materia de la luz y nimbados de ella.

La joya por la que se lamentaba el árabe era el día. El paso de los días nos pesa en la vida pues sabemos que nunca se repiten, y lo que se pierde en el tiempo nunca se vuelve a encontrar. El correr del tiempo es inexorable, no lo podemos detener de ninguna manera. Nos queda solo escuchar y aprender las joyas que puedan adornar el peregrinar por este mundo.


Atrapando la luz
Rochelle Blumenfeld
(norteamericana, n. en  1936)