La ilusión acecha a cada paso de nuestro
esfuerzo por conocer:
fragiliza la percepción,
se acopla a la imaginación,
se hace cómplice del sentimiento,
está presente en la sospecha de la duda
y
fortalece todos los dogmatismos.
Dr. Bernard Auriol
Una misma palabra tiene muchos sentidos. Esto sucede en todas las lenguas. Por ejemplo, la palabra “ilusión” tiene
varios significados cuando la buscamos en el diccionario. Y según el texto que
usemos, estará más inclinado a unos que a otros.
Una acepción de la palabra “ilusión” es esperanza puesta en
una cosa positiva, como un sueño o proyecto.
En este orden de cosas, también se refiere a la alegría que produce una
cosa que se desea mucho. Por eso se
insiste en conservar las ilusiones como el motor de la vida. Es un término usado
con frecuencia en la publicidad.
La otra acepción de la palabra habla de la imagen mental
engañosa provocada por la imaginación o por la interpretación errónea de lo que
perciben los sentidos. Es una falsa
percepción de un objeto a causa de una errónea interpretación de los sentidos.
Incluso se llama “ilusión” al error de información o de interpretación
producido por la proyección exterior de una imagen mental.
El origen de la palabra nos aclara más su sentido. Viene del verbo del latín “illudere”, “burlarse
de, mofarse de”. Se forma con el verbo “ludere”, que significa jugar, y con el
prefijo “in” que significa contra.
Ilusiones famosas.
Las más famosas de las ilusiones son las ópticas. Se las ha investigado mucho estudiando el
tema de la percepción visual. La
siguiente es del artista Octavio Ocampo (Mexicano, n. en 1943).
La sorpresa de esta obra está en su tema, en la combinación
ilusoria de figuras y formas que nuestra vista nos permite descubrir. Más que el valor artístico, se destaca el
ingenio de la elaboración.
Otros caso de ilusión óptica tiene que ver con la geometría
y la acción de los ojos.
Desplazando la vista por la figura vemos cómo cambian de
color los puntos de las intersecciones.
Enseñanzas sobre la
ilusión.
Los sentidos nos vinculan a la multiplicidad de las
cosas. Y como hemos visto recién, si
prestamos atención podemos descubrir la variedad de formas de la realidad y su
apariencia engañosa. Naturalmente, la
tendencia de nuestros sentidos es completar las cosas, encontrar las
vinculaciones y festejar las coincidencias.
En este sentido podemos decir que somos confiados e inclinados a seguir,
sin demasiados cuestionamientos, las percepciones que tenemos en mente a través
de los sentidos.
Las tradiciones de la tierra han buscados modos para
advertirnos sobre la “ilusión”. Una de las formas más didácticas es a través de
los cuentos. Vamos a transcribir uno de ellos, que tiene por protagonista a
Pedro Ordimán, también conocido como Urdimales.
Este apellido viene de su habilidad: urdir males, hacer engaños. Es un personaje de cuentos folklóricos de
toda América, y se ha llegado a rastrear su presencia ficticia en el siglo XII
español, aunque su origen es anterior y de lejanas tierras. En Argentina, como en otros países, se lo ha
personificado como un animal, un zorro.
La siguiente versión está tomada de Cuentos Folklóricos de
la Argentina, recopilados y anotados por Susana Chertudi (Instituto Nacional de
Antropología, Buenos Aires, 1964).
Una vez Pedro se va
por un camino y llevaba una olla en la que sabía hacer de comer. Llegó cerca de un arroyo donde había mucha
arena, se puso a echar carne a la olla, hizo fuego y se puso a hacer hervir la
olla, cuando vio que venían unos arrieros en dirección a donde él estaba.
Pedro hizo un montón
de arena, antes que lo vieran los arrieros.
Le puso unas brasas abajo y la tapó a la olla hasta más arriba de la
mitad con arena y tiró al arroyo lo demás del fuego. Y la olla siguió hirviendo sin fuego, al
mirarla, en momentos que ya llegaban los arrieros. Viene el capataz del arreo, y le dice:
-¿Qué estás haciendo, Pedro?
Pedro estaba golpeando al lado de la
olla con una varilla, y le decía:
-Herví, nomás, ollita hervidora,
que no sos para mañana sino para
ahora.
Siguió Pedro con su verso y el
capataz le dice:
-¿Qué estás haciendo, Pedro? ¿Qué
estás golpeando con la varilla?
Le contestó Pedro:
-Estoy haciendo la
comida. Esto es cómodo
para los arrieros, porque
hierve sin fuego, ¿no ven?
El capataz preguntó:
-¿Y por qué hierve sin fuego?
-Porque es una olla de virtud, no precisa fuego sino que la golpee con
esta varita.
-Se la compro- dijo el capataz ahí nomás.
-No –contestó Pedro- mi olla vale muy mucho, no la va a comprar usted
–le dijo como enanchándose.
-Pedí, Pedro, decí cuánto pedís por la olla –dijo el capataz.
Entonces le dice Pedro:
-Yo pido cinco mil pesos por la olla.
-No –le contestó el capataz- es muy mucho.
-Pero fíjese que donde quiera que se baje va a hacer hervir la olla,
aunque sea en un montón de arena.
-Y ¿a cuánto me vas a dejar la olla? –le dice el capataz.
-Ya porque usted es un hombre que anda en el campo y es arriero, se la
dejo en cuatro mil pesos.
Y mientras, la olla
seguía hirviendo y Pedro siempre golpeando con la varilla. Entonces el capataz se la
compró y le pagó, pero le dijo Pedro que se la iba a entregar luego, que se
fuera nomás a donde estaba la hacienda. Luego
vino y se la entregó.
Pedro se fue y tomó un camino diferente.
Al siguiente día el
arriero hizo una parada en el camino para probar la olla.
Hizo un montón de arena, le echó carne a la olla y
puso a uno de los peones a golpearle con la varilla para que cocinara la comida. Desde las diez de la mañana
hasta las tres de la tarde, golpeando el peón con la varilla, y cada vez estaba
más fría el agua y la
carne. Ya vino el
capataz y le dijo al peón:
-Ya me jodió Pedro, pero el día que
yo lo encuentre no va a joder más Pedro –
dijo el capataz caliente.
Después de varios días
Pedro va por un camino, yendo para la casa de él, y ve que vienen tres hombres
y los conoció que eran los mismos a los que él les había hecho la trampa. Se arrimó cerca
de un rodeo de vacas y novillos que había a la orilla del camino, porque Pedro
ya sabía que lo buscaban para matarlo.
Ya cuando venían cerca
se puso a mirar para el cielo. Había un
nublado ralo, de nubes cortadas. Ya se
acercó el capataz.
-¡Ya te voy a enseñar como se estafa
con las ollas! –le gritó el capataz-
¡sinvergüenza!
Y Pedro, nada, seguía mirando para arriba.
-No me diga nada, señor, retírense que hi revoliao un novillo de la
cola y lo hi
hecho pasar de las nubes –le decía con grandeza-, ¡no sé dónde va a
caer!
-¡Qué bárbaro! –dijo el capataz-, ¡Este es capaz de todo! ¡retirémonos,
no vaya
a ser que caiga el novillo encima de nosotros! –les dijo a los peones,
y se
retiraron.
Pedro aprovechó para
subir a su caballo y disparó.
Informante: Francisco Quiroga, La Cruz, Calamuchita (Córdoba)
Recolector: Juan Bialet Tizeira. Julio 1946.
Una mirada a los
ilusos.
Pedro Ordimán es presentado como el engañador. Hay otros cuentos en los que aparece más
amable y benefactor de las personas.
Pero en este caso está representando a todos aquellos que están siempre
dispuestos a engañar y, creando una ilusión, estafar a cualquiera que se le
cruce. La tradición nos advierte que en
la vida nos vamos a encontrar con muchos avivados y creadores de
ilusiones. Pero nos dice que el problema
no está allí.
El cuento nos invita a mirarnos en los arrieros y al
capataz. ¿Por qué le creen a Pedro que
la ollita es mágica? Pedro ha tapado el fuego con arena, pero, ¿por qué no
comprueban lo que está sucediendo?
El engañador, en su viveza, usa una varilla, con la que
golpea la vasija mientras recita un conjuro. Aparece un instrumento de
autoridad, en este caso utilizada con perversión para someter la voluntad de
otros. De esta acción, que tampoco es cuestionada por el arriero, surge la
escena con que cierra el cuento.
Al final, Pedro engaña a los arrieros con algo absurdo. Basado en su falsa autoridad, les hace creer
que puede caer un novillo del cielo, ¡donde él mismo lo ha tirado! El engaño se vuelve humillante para la gente
del oficio de arriar ganado. Este sentimiento de “tragarse un sapo” quizás lo
hayamos experimentado en nuestras vidas.
La tradición tiene compasión de los hombres. La tradición comparte la humanidad, y nos dice
que es fácil ser engañado en la vida, caer en ilusiones. Nos advierte sobre la
presencia de vivillos y aprovechados.
Y de una forma amable y risueña, nos invita a estar atentos
a nuestro propio ser y descubrir cuáles son los mecanismos que hacen que
caigamos en las ilusiones. Con
misericordia y buen humor insiste en que hay aspectos de nosotros mismos que
nos llevan a aceptar el engaño.
Una ayuda del teatro
Grabado de Pedro Calderón de la Barca Salvador Dalí (Español, 1904-1989) |
En La Vida es Sueño, de Pedro Calderón de la Barca (Español,
1600-1681) hay un monólogo que se ha hecho famoso, dando título a la obra.
El personaje, Segismundo es el hijo de un rey, y está
prisionero en una torre. Para probarlo y
manejarlo, le han hecho creer que en sueños ha estado a cargo del reino. En esa situación, no ha hecho las cosas bien,
y vuelve a prisión.
Al final del segundo acto, pronuncia el monólogo, del cual
reproducimos la parte final. El texto
nos desafía a pasar a una dimensión más personal de la ilusión, a la vez que
más abarcativa. Aquí la ilusión ya no es
el fruto de un engañador, sino algo que abarca tanto al ilusionista como a los
ilusos.
Esta tragicomedia de Calderón de la Barca, como las enseñanzas
de la tradición, nos lleva a mirar la vida con serenidad, y buscar la firmeza
en nuestro interior. En ese centro, no
nos vamos a ilusionar, sino que encontraremos la inmensidad que somos.
Sueña el rico en su
riqueza
que más cuidados le
ofrece;
sueña el pobre que
padece
su miseria y su
pobreza;
sueña el que a medrar
empieza,
sueña el que afana y
pretende,
sueña el que agravia y
ofende;
y en el mundo, en
conclusión,
todos sueñan lo que
son,
aunque ninguno lo
entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones
cargado,
y soñé que en otro
estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un
frenesí.
¿Qué es la vida? Una
ilusión,
una sombra, una
ficción,
y el mayor bien es
pequeño;
que toda la vida es
sueño,
y los sueños, sueños
son.
Segismundo encadenado Salvador Dalí (Español, 1904-1989) |