miércoles, 30 de noviembre de 2011

Una manzana desplegada

Para explicar una cosa, el ser humano tiene que usar expresiones que vayan aclarando los distintos aspectos de eso que está contando.  Es decir, empieza a decir las características del objeto, su color, su forma, en dónde está, cuándo lo encontró, o algunas otros aspectos más hasta dejar claro lo que quiere decir.
El cuarto de escuchar
René Magritte
(belga, 1898-1967)

Pensemos en la siguiente situación.  Juana visita a María en su casa.  María le ofrece a su amiga comer una manzana.  Saca de la heladera una manzana y, luego de pelarla, la corta y le brinda un pedazo a su amiga. 

Ya tenemos las primeras características de la manzana, que la distingue de las millones que están en el mundo en ese momento.  Es una manzana que está en casa de María, y específicamente en su heladera. Ahora es una manzana pelada y cortada, y un pedazo está en posesión de Juana.

Juana prueba la manzana.  Está deliciosa.  Le pregunta a su amiga dónde la consiguió. María le cuenta que la fruta hace honor a su nombre: manzana deliciosa, que son las rojas, distintas de las manzanas verdes que las come de otra manera.  Cuenta que la compró en una verdulería, que está en “tal calle, acá a la vuelta”.  Que la compró hace dos días, y la guardó en la heladera.

Nuevas características: la manzana está muy rica, es distinta de las manzanas verdes, la vendieron en una verdulería cerca de la casa de su amiga.  Lleva dos días en la casa de María y está fresca, pues María la acaba de sacar de la heladera.

Así podríamos seguir un largo tiempo, mostrando distintos aspectos de la manzana.  Normalmente no lo hacemos porque nos resulta una tarea con poco sentido. Muchas veces hacemos todo esto sin darnos cuenta, pues nuestro pensamiento es veloz y complejo, y entiende rápido, casi sin argumentar.

Lo dicho nos sirve para descubrir algo de la vida presente.


Los pliegues.

Las características de la manzana, como las correspondientes a cada persona o cosa, las podemos llamar pliegues.  Son elementos que están “adentro” de las cosas o las personas, y las nombramos para explicar las cosas.

Explicar viene del latín “ex–plicare”, formado por el prefijo “ex” que significa “de, desde”, y la expresión “plicare”, que significa “pliego”.  Sería la acción de desplegar o desenvolver. Etimológicamente viene a significar el hecho de 'desplegar' lo que estaba doblado (plegado, implicado) y oculto en su interior, haciendo comprensible lo que en un primer momento no lo sería.

El hijo del hombre
René Magritte
(belga, 1898-1967)
Esta etimología nos sirve para entender otras palabras.  “Implicar”, significa agregar pliegues o poner en el pliegue, “complicar” es hacer muchos pliegues, “desplegar” es deshacer el pliegue, “complejo” que tiene pliegues.


¡Obvio!

Hay algunas cosas que son inexplicables.  Esto significa que son sencillas, totalmente accesibles, porque no tienen pliegues.  Estas cosas se manifiestan tan claramente, que no necesitan ninguna explicación.

Que algo sea inexplicable, no significa que sea irracional.  En estos casos, lo único que podemos hacer es que las cosas sean razonables.  Es un acercamiento respetuoso a las cosas o personas inexplicables.  Como ejemplo simple, pensemos en un científico que se acerca a los átomos, que no se ven, a través de afirmaciones razonables que nos permitan entender lo que quiere mostrar.

Lo inexplicable tampoco es oculto, secreto.  Por el contrario, es tan evidente y claro, que no hace falta ser explicado.  Y si intento explicarlo, le agrego una complejidad que no tiene.

Entre nosotros se ha puesto de moda la expresión “obvio”.  El sentido con que lo utilizamos, es para decir que algo es “evidente, claro”.  Originalmente se aplicaba a lo que “sale al encuentro”, o lo que está “al alcance de la mano”.  En varios sentidos, algunas cosas inexplicables son obvias.


¿Para aclarar?

Para acercarnos algo a lo inexplicable, usemos de un cuento chino.  En aquella región, desde la antigüedad, han recurrido a relatos muy sencillos, casi mágicos, para ayudar a las personas a entender lo obvio de la vida.  Leamos el cuento, y descubriremos algo inexplicable que da sentido a la vida de esas personas, como a cualquier otra persona, viva donde viva.

El Reencuentro

El honorable ChangYi, mandarín de Hou-Nan tenía una hija de nombre Chien-Yang. Ésta tenía un primo, Wang-Chou, un joven con garbo e inteligencia con el que se habían criado juntos. El honorable Chang-Yi, que quería mucho al joven, hizo público que lo aceptaría por yerno. Chien-Yang y Wang-Chow oyeron la promesa; el ser ella hija única y pasar juntos la mayor parte del día determinó que un amor mutuo floreciera. Desgraciadamente Chang-Yi, muy absorto a causa de su trabajo, olvidó lo que había dicho y ni siquiera advirtió ese amor, por lo que concedió la mano de su hija a otro mandarín, traicionando su anterior promesa.

El viento en el pino
Ma Lin
(chino, mediados del s. 13)
ChiengYang, destrozada por el amor y por la compasión filial, casi muere de pena por esa injusta decisión de su padre. Wang-Chou en cambio, furioso, resolvió irse del país; sería insoportable ver a la joven a quien amaba casada con otro. Buscó un pretexto cualquiera para irse a la capital. Cuando su tío comprendió que era imposible inducirlo a quedarse le ofreció dinero y regalos, y organizó una fiesta para despedirlo.

Wang-Chow, al que no le fue posible dejar de pensar en su desdicha en el transcurso de toda la fiesta, aceleró su partida y se resignó a olvidar a su amada.

Se embarcó con ese propósito esa misma noche, pero vencido por el cansancio amarró la embarcación y se dispuso a dormir. No le fue fácil de todas formas conciliar el sueño, y cerca de medianoche oyó unas pisadas que se le aproximaban. Se levantó de golpe y preguntó:

-¿Quién está ahí?

-Soy yo, le respondió ChiengYang con voz trémula.

Sorprendido, la hizo entrar en su camarote, Ella le manifestó el deseo de ser su mujer y repudió que su padre hubiera sido injusto con ellos. No aceptando esa obligada separación había decidido ir en su busca. Sabía que provocaba la reprobación de la gente y la ira de su padre, pero había venido para seguirlo adónde él quisiera ir.

Fueron entonces hacia la capital y vivieron en felicidad durante siete años. El nacimiento de dos hermosos hijos coronó su dicha. A pesar de ellos, ésta no era completa; ChiengYang pensaba todos los días en su padre, una única pero pesada nube en su felicidad. Como nada sabía de él temía que hubiera muerto. Una noche le comunicó a Wang-Chou su congoja, al ser hija única se sentía llena de culpa. Wang-Chou la entendió y le dijo:

-Han pasado siete años y considero que ya no estarán enojados con nosotros; creo que es hora de regresar a casa de tu padre con nuestros hijos.

Al arribar a su ciudad natal, Wang-Chou le dijo a ChienYang:

-No sé en qué estado de ánimo hallaremos a tu padre; me adelantaré yo para averiguarlo.

La cercanía a la casa hizo que latiera su corazón con fuerza. Sin embargo, cuando se encontró frente a su suegro se arrodilló y le pidió perdón. Chang-Yi lo observó sorprendido y le dijo:

-¿Qué cosa estás diciendo? ChiengYang está en cama, sin conocimiento, desde hace siete años, y no ha salido de ella ni una sola vez.

-No te miento, le respondió Wang-Chou; tu hija está perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang-Yi estaba desconcertado y envió a dos doncellas a ver a ChienYang. Éstas testimoniaron que ella estaba en el barco, más bella y alegre que nunca, jugando con sus dos hijos. Sin poder creerlo volvieron a tratar de explicárselo a su amo.

Entre tanto, ChienYang que había oído las noticias se despertó de su largo sueño. Se acicaló ante el espejo, y sonriendo fue silenciosamente hacia la embarcación. La ChienYang que se encontraba a bordo se dirigía a su vez hacia la casa, por lo que ambas se cruzaron a medio camino. Se abrazaron, y en ese acto los dos cuerpos se confundieron en uno y sólo quedó una bella y sonriente ChienYang.

Cuarenta años o más, ChienYang y Wang-Chou vivieron en felicidad.

Bellezas usando flores
Chou Fang
(chino, fines del siglo VIII)