domingo, 12 de febrero de 2012

El conquistador de la flor

Los pétalos de la flor están contenidos en su cáliz.  Quizás esto fue lo que inspiró a los artesanos a inventar las miles de formas de copas que se han diseñado en la historia.

Naturaleza con tulipanes
Johannes Bosschaert
(holandés, 1606/08-1628/29)
La flor es el elemento culminante de muchas plantas, es la intención final de la semilla que cae en tierra.  El fin de un ciclo que volverá a repetirse cuando una semilla vuelva a caer en tierra, crezca como planta y termine en una nueva flor, parecida a otras pero única en su existencia.

Por un lado es como una copa, un receptáculo de lo que viene de arriba, como es la lluvia o el rocío.

Por otro lado es la manifestación de un ciclo que empezó en la oscuridad de la tierra que rodeó a la semilla, para luego manifestarse ocupando un espacio en la luz.


Combinando aspectos.

            La combinación de estos dos aspectos abre a nuevos sentidos de la flor.

Pequeño ramo de flores

 en un bote de arcilla

Jan Brueghel el Viejo
(flamenco, 1568 – 1625)
            La flor es el final de un ciclo.  Las cosas de la realidad se manifiestan en ciclos.  La vida del hombre es un ciclo, desde el ser engendrado hasta su plena manifestación.

            El ser humano camina hacia su manifestación, como una planta que busca producir su flor.  Esta manifestación culminante tiene el doble sentido que reconocemos en toda flor. Por un lado, darse a conocer, formar parte de la realidad de la manifestación. Por otro lado, ser receptáculo, recibir los bienes que vienen de arriba, como la flor recibe la lluvia o el rocío, o como la copa recibe un líquido.

            De esta manera se comprende que la vida humana tenga como momento culminante dos actitudes: dar y recibir.  Por un lado la potencia de brindar su realidad a su entorno, y por otro la capacidad de recibir sin resistencias lo que su entorno le otorga.


Conquistar la flor.

            Se presenta una leyenda argentina, que seguramente tiene una tradición oral de siglos en estas tierras como en otras.  Las figuras que utiliza, como por ejemplo el rey, los hijos, una flauta, muestran que hubo una extensa búsqueda hasta que alcanzó la madurez como leyenda popular.  Se llama “La flor del Lirolay”.

            “Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.

Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro.

La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla. Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.

Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.

Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.

Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.

Triptico de Flores
y Sol Naciente
Sakai Hoitsu
(japonés, 1761-1828)
El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.

El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos. Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados.

La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio. Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.

Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.

De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral. Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.

Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:

No me toques, pastorcito,

ni me dejes de tocar;

mis hermanos me mataron

por la flor de lirolay.

  
La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:

No me toques,padre mío,

ni me dejes  de  tocar;

mis hermanos me mataron

por la flor de lirolay.


Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:

No me toquen, hermanitos,

ni me dejen de  tocar;

porque ustedes me mataron

por la flor de lirolay.


Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las raíces.

Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores. El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.

El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia”.

Este cuento es conocido en la región norteña, en la región andina y en la región central. En Salta se lo llama “la flor lirolay”; en Jujuy “La flor del ilolay”; en Tucumán “La flor del lirolá y también “del lilolá” y en Córdoba, La Rioja y San Luis “La flor de la Deidad”. Se consultaron las versiones recogidas por los siguientes maestros: Sra. Carmen A. Prado de Carrillo, Carmen de Canarraze, de Jujuy; Srta. Angélica D´Errico, de Salta; Sra. Elena S. de Aguirre y Sr. Adrián Cancela, Srtas. María Isabel Chiggia, Esther López Güemes y Sra. Elena S. de Aguirre, de Tucumán; Srta. Tránsita Caneón, de La Rioja y Srta. María E. O. González Elizalde, de Córdoba; Srta. Dolores Sosa (“La flor de lilolay”), Sra. Emma Pallejá, de Entre Ríos; Sra. María Luisa C. de Rivero, Alda C. de Suárez, de San Luis; Srtas. Urbana E. Romero, Aldea A. Nuñez e Irma Carbaux, de Santa Fe. El tema ha sido puesto en verso por Juan Carlos Dávalos. Extraída de “Antología Folklórica Argentina”, del Consejo Nacional de Educación, Guillermo Kraft Ltda., 1940.


La flor de la leyenda.

            La flor del lirolay es inexistente, es solamente de leyenda.  Pero su simbolismo sigue atrayendo la atención para poder aprender más sobre nuestra propia existencia.

            El alma es uno de los significados más destacables de toda flor.  Muchas veces se presenta a la flor como figura del centro espiritual o también como el alma del ser humano.

            Este sentido se precisa en la tradición, según el color de la flor.  El amarillo es el color de la luz y el sol; el rojo se refiere a la pasión y a la sangre; el azul es el simbolismo de la realidad soñadora.

            La costumbre de poner una flor en memoria de un ser querido es vincular su recuerdo con la convicción de que su alma está viva y en plenitud.

            Por eso dicen en nuestro país que la flor del lirolay era una flor milagrosa en tiempos pasados. Era una flor de color rojo encendido, que florecía a la medianoche y que al abrir sus pétalos dejaba ver una perla que resplandecía con una luz amarillenta.

Sin embargo, muy pocos lograban verla en todo su esplendor, pues sólo los que tenían un corazón puro y los que pensaban en el bienestar de los demás la podían encontrar.


Arcángel Barachiel
Maestro de Calamarca, Bolivia.
(Fines del s.XVII o Comienzos del s. XVIII).